CAUSAS Y EFECTOS DE EDIPO REY - Luciano Delprato

Causas y efectos de Edipo Rey
Un destino de juguete
Luciano Delprato
(Córdoba, 1978)

Seguimos teniendo miedo
Seguramente la forma de los miedos ha cambiado un poco, desde el temor de los
hombres de Neanderthal a los truenos, hasta la xenofobia neoyorquina post 11/09.
Pero el miedo sigue instalado en el corazón de los hombres, transversal y permanente. Nuestros cuerpos son pequeños y frágiles. A partir de nuestro nacimiento tenemos que ser atendidos constantemente para no morir. Tardamos alrededor de un año entero en lograr la proeza de volvernos bípedos. No podemos alimentarnos por nuestros propios medios sino hasta todavía muchos años después. Pero rápidamente comenzamos a entender. Y una de las primeras cosas que entendemos es que nuestra única herramienta fuerte y cierta para sobrevivir es justamente nuestra capacidad de entender, de controlar lo incontrolable dentro de nuestro portentoso cerebro apenas protegido por una fina capa de frágil hueso.
Y probablemente por eso, a pesar de todos los rostros que puede mostrar el miedo, hay uno en particular que nos provoca más espanto: el temor profundo a todas las cosas que no podemos entender. Que son aquellas que no podemos nombrar, las que se escapan, escurridizas, del control del lenguaje. El mundo como efecto de una causa invisible, incomprensible, acaso inexistente. Pocos estarían dispuestos a
discutir que la realidad funciona de una manera inquietantemente independiente
de la voluntad humana, la amenaza de la contingencia acecha incluso dentro de
nuestras mentes y Dios ha dejado de ser un interlocutor váido, disolviéndose hasta
identificarse con el mismo caos ininteligible del que querríamos que nos rescate. Los
antiguos griegos ya entendían lo divino como la residencia de lo eterno, lo diverso y
lo contradictorio, muchos dioses caprichosos demandando tributos diferentes, y a veces, hasta diametralmente opuestos. Pero, los griegos, representantes paradigmáticos de la altivez intelectual humana, no se resignarían a vivir a merced de la más posesiva de todas las pasiones, el temor.
¿Qué vuelve clásico a un clásico? una respuesta posible es su capacidad para, a la
manera del mito, suspender el flujo lineal del tiempo y permitirle que se pliegue
sobre sí mismo, convenciéndonos de la idea de que los siglos no nos separan de Sófocles, sino que nos unen a él. Lo que de con su madre, huye despavorido de su ciudad adoptiva. Justamente por eso termina encontrándose con su verdadero padre y le da muerte. Si Edipo no hubiera huido de Corinto, si hubiera controlado su temor, si hubiera “vivido al azar” como le recomendaba su madre, su tragedia no hubiera ocurrido.
Manipuladores. Muñecos. Qué sugerentes y polivalentes que pueden resultar estas
palabras. Las usamos muy a menudo para describir a personas que habitan el mundo real, ese que queda del otro lado del proscenio. Apuntan a identificar, con cierto aire crítico, degradaciones morales producto de lugares en la escala del poder. Sin embargo, el teatro de Bunrakus japonés nos revela otro ángulo del problema: Los manipuladores sirven a los muñecos. Los sostienen, se mantienen en una segunda línea de acceso visual, incluso la mayoría cubre sus rostros con una capucha negra y hasta su cantidad corresponde con la distribución de la pirámide
social: Pocos adelante y muchos por detrás. El Monarca y sus sirvientes, que lo
visten, lo cambian, lo acicalan, lo alaban, lo abandonan, lo envenenan, lo derrocan, lo reemplazan.
Comencé el proceso de ensayos que derivaron en la posterior puesta en escena de
Edipo Rey de Sófocles sin ningún rumbo fijo más que el siguiente: construir una obrade teatro de muñecos de mesa, una especie de asignatura pendiente en mi carrera, un camino emprendido y abortado en el principio de mi formación como director de teatro. Cuando en un ensayo, durante una improvisación,fruto del azar (una de las maravillas de la improvisación es que, como recomienda Yocasta, entiende a la contingencia no como enemiga sino como motor de la creación) apareció Edipo, todos comprendimos, casi inmediatamente, que el antiguo monarca tebano y nuestros fantoches armados con restos de colchones usados, estaban hechos de la misma materia.
¿Edipo, juguete del destino o tal vez, destino del juguete? ¿Cuál es su verdadero lugar en el estrato de poder? ¿Muñeco? ¿Manipulador?
El teatro de muñecos esta ligado desde sus orígenes a la animación de la imaginería
religiosa. Asesinamos al Padre, inventamos el Tótem para reemplazarlo, animamos al Tótem, le ponemos articulaciones, lo devolvemos finalmente a la vida. Edipo tiene que matar a su padre para poder inventar a Dios. Para fundir en ese pacto de sangre la voluntad divina y la voluntad humana. El titiritero está intentando lo mismo,sacudiendo el cadáver de su padre delante de los espectadores. El teatro de muñecos siempre fue ejemplo de teatro popular.
También la tragedia de la Grecia del siglo V. Anfiteatros con capacidad para más de
15.000 espectadores así lo atestiguan. El teatro más glorificado de la mano del más
degradado. Más Paradojas. Más coincidencias. El teatro popular es el origen de todos los teatros. El teatro comercial trata de imitar artificialmente su esencia, el teatro de arte mendiga su capacidad para reflejar a una comunidad y a una época. Es la contracara iconoclasta de las manifestaciones religiosas. Es el espejo más grande que el hombre haya inventado nunca. Y lo que vemos cuando nos miramos en él es un rostro desencajado por el miedo. En nuestra tragedia los esclavos y los mendigos tienen miedo pero la clase dirigente no tiene menos pánico que ellos. El aparato del poder ha reemplazado como combustible al azar por el temor. La desconfianza y la paranoia han reemplazado al amor y a la solidaridad. Se ha amputado al deseo. Guiados por Freud salimos a buscar al deseo, a la madre dentro de esta tragedia. Debo decir, haciendo honor a la verdad, que no lo encontramos. La mujer en la obra es un fantasma, un medio del hijo para igualar al padre, es decir, la sombra de una sombra. Que poco didáctico que resulta finalmente el teatro más político de todos los tiempos, lleno de trampas y de dobles sentidos, de
elevadísima factura poética pero dirigido no a un grupo de iniciados sino a las masas.
Los clásicos son clásicos porque pertenecen a todas las épocas y a ninguna. Se vuelve necesaria una operación anticlásica para poder ponerlos en escena, para anclar estos navíos y sustraerlos por unos minutos de las corrientes transhistóricas (demás está decir que el teatro es la más anticlásica de todas las artes). Son las aguas de un río que corre eternamente, pero que finalmente refleja en su superficie la imagen fija del presente. ¿Cuál es esta imagen, la que me devuelven las superficies bruñidas del Edipo a mí, sujeto de una pequeña comunidad tercermundista hoy en Sudamérica? Y, si verdaderamente es un clásico, ¿cuáles
son los elementos de esta imagen que hacen que yo me parezca al resto de la humanidad?
Vivimos en una sociedad fuertemente regulada por el temor, y tratamos de calmarlo
haciendo de cuenta que el mundo es predecible y unívoco o, en los casos más tenebrosos, transformándolo por la fuerza en un sitio sin diferencias molestas y perturbadoras.
El miedo es el mejor argumento del totalitarismo.
¿Es la Tebas del Tirano Labdácida un lugar predecible?, ¿o son justamente las
operaciones edípicas las que se esfuerzan por hacer coincidir a machetazos lo prescripto con el devenir del mundo? Como señalaba inteligentemente un comentarista de Sófocles: “Ningún oráculo le dice a Edipo que está predestinado a conocer la verdad”, es decir que los dioses en ningún momento
lo obligan a hacer nada. Es similar al efecto de algunos horóscopos o predicciones actuales. Leo en el diario, en la casilla que corresponde a mi signo zodiacal: “Hoy estará de muy mal humor”. Si deposito algo de fe en estos vaticinios lo más probable es que cierre el periódico y revele ya un ceño prematuramente fruncido. Me acabo de asociar con la fatalidad para dar a luz a mi destino. Dice el coro, mientras se retira de la sala, “no confundas el arte de vivir con los golpes de suerte”. Sólo la maestría en el manejo de este arte, (decir arte es decir pasión arrolladora y precisión milimétrica operando juntas, vaya tarea) puede ser un antídoto posible contra la llegada de lo incalculable, no sólo entender sino también sentir. Por que los efectos a veces no ofrecen causas coherentes. La arrogancia intelectual no es aquí una falta moral, como en el mundo judeocristiano, sino un obstáculo para una pragmática del buen vivir. Es considerar afuera de nuestra existencia un elemento que la constituye. Es no saber quiénes somos en realidad. Es ignorar una porción de nuestra identidad. Estamos hechos también de caos. Esto acaso nos sucede.
Esto acaso le sucede a Edipo Rey.
Es un lugar común decir que los regímenes totalitarios, de todos los grados, se benefician con la ignorancia. Estamos a merced de la fortuna, negarlo puede ser peligroso para la salud. Creer en el control es inventar el control, es abonar la omnipotencia del poder, es construir un futuro fatal que funcione retroactivamente
como mecanismo de represión.
¿Qué hacer entonces con los escorpiones que acechan dentro de los guantes de
amianto? Quizás lo mejor sea matarlos con la indiferencia, en lugar de parirlos con el terror..


Ficha artística de Edipo
Actúan/Manipulan: Leopoldo Cáceres, Marcos
Cáceres, Xavier del Barco, Daniel Delprato,
Rafael Rodríguez.
Dramaturgia y dirección: Luciano Delprato.


http://documentaescenicas.org.ar/wp-content/uploads/2010/02/apunte.pdf