5.9.11

Daniel Veronese: el Director que quería ser invisible

Recopilado por
Maria Luisa Ezpeleta
 TIEMPO ARGENTINO Publicado el 4 de Septiembre de 2011
Por Jorge Dubatti
Es una de las figuras internacionales del teatro argentino. Pronto parte hacia Barcelona para montar Quién le teme a Virginia Woolf. En Buenos Aires tiene en cartel versiones de dos clásicos, Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams y La gaviota de Anton Chéjov. Asegura que dirigir teatro lo pone en estado de felicidad. La historia de Daniel Veronese sintetiza buena parte de la renovación del teatro argentino en los últimos 20 años. Nacido en Avellaneda, en 1955, Veronese se inicia como titiritero junto a Ariel Bufano en el Grupo del Teatro San Martín y, paralelamente, a comienzos de los noventa, ingresa al taller de dramaturgia de Mauricio Kartun y va dando a conocer sus primeras obras: Crónica de la caída de uno de los hombres de ella, Los corderos, Conversación nocturna, Señoritas porteñas, Luisa, Luz de mañana en traje marrón..., que más tarde recoge en el volumen Cuerpo de prueba.
 

A partir de 1989 Veronese integra el grupo Periférico de Objetos, con el que estrena un conjunto de espectáculos notables, de gran reconocimiento internacional: Ubú Rey, El hombre de arena, Variaciones B..., Cámara Gesell, Máquina Hamlet, Zooedipous, Monteverdi Método Bélico, entre otros. En 2000 reúne en el tomo La deriva otro grupo de piezas de su autoría, entre ellas El líquido táctil, Mujeres soñaron caballos, Eclipse de auto en camino, La noche devora a sus hijos. En los últimos años, con el Periférico puesto en suspenso y ya desinteresado por la dramaturgia de autor, Veronese desarrolla una amplia tarea de dramaturgia de dirección y se dedica a reescribir grandes clásicos del teatro universal para ponerlos en escena: Casa de muñecas y Hedda Gabler de Henrik Ibsen, que se transforman en El desarrollo de la civilización venidera y Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo; Tres hermanas, Tío Vania y La gaviota, de Anton Chéjov, que pasan a ser, respectivamente, Un hombre que se ahoga, Espía a una mujer que se mata y Los hijos se han dormido (esta última actualmente en cartel en el Teatro San Martín). Incansable, siempre muy tranquilo, Veronese realiza además una intensa actividad de giras y de dirección en el extranjero, especialmente en España y México. Y a todo esto suma que hoy es uno de los principales responsables de la corriente de “teatro comercial de arte”, en la que también intervienen, entre otros directores, José María Muscari, Javier Daulte y Claudio Tolcachir. Veronese dirigió con éxito, tanto de taquilla como de calidad artística, espectáculos destacados del circuito comercial: El método Gronholm de Jordi Galceran, Gorda y La forma de las cosas de Neil Labute, El descenso del Monte Morgan de Arthur Miller, Los reyes de la risa de Neil Simon, Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams (aún en cartel en el Apolo, con Erica Rivas y Diego Peretti en los roles centrales). Muchos dicen que Veronese no hace bien en “desperdiciar” su talento en la escena comercial, de cuyos “materiales dramáticos” no se puede esperar demasiado. Otros le cuestionan que se disperse en tantas creaciones anuales, en la Argentina y en el extranjero, porque “el que mucho abarca poco aprieta”. Sin embargo, la visión de Veronese responde a un equilibrio que rescata todas las posibilidades de trabajo con idéntica intensidad y maestría. Esto habla de cambios estéticos e ideológicos en el teatro argentino, propiciados por el crecimiento de la escena comercial porteña, cada vez más estrechamente ligada a las redes de globalización, los mercados internacionales y a la formación de un público transnacional. “Sí, tengo miedo de trabajar tanto –explica Veronese– y no poder pisar fuerte los materiales. Pero ¿qué tipo de materiales? Depende. Para mí lo fundamental es el teatro independiente, que no abandoné nunca ni voy a abandonar. De ahí sale todo, porque el teatro independiente me dio un prestigio que hizo que productores de teatro comercial me llamen y me permitan trabajar de eso. El teatro comercial es un trabajo como cualquier otro. Trato de hacerlo bien, elijo obras y actores que me gusten, y si la obra no me gusta digo que no. Hay un par de éxitos en cartelera ahora a los que dije que no. Si pienso en la recaudación, tendría que haberlos aceptado... Quiero que el teatro comercial ofrezca buenas obras, y que divierta también. No sólo soy espectador de mis obras, sino del teatro en general, y me encantan las comedias. Me encantaría hacer una buena comedia con buenos actores, pasarla bien y que el público la pase bien. Mientras que para el teatro independiente elijo otros materiales que buscan otra profundidad, tocar otras fibras del espectador.” Las condiciones de trabajo en el teatro comercial son diferentes y Veronese asume el desafío. “Hay algo claro: en el teatro independiente yo elijo lo que hago, vengan 200, 100 o 20 personas, yo me hago cargo –afirma–. En el teatro comercial, si no funciona, el espectáculo se levanta, y además me contratan para que funcione. No es mi producción. Si acepto, tengo que hacer que la gente vaya y salga bien de ese espectáculo, que guste”. En 2010 Veronese dirigió conjuntamente a Guillermo Francella y a Alfredo Alcón en Los reyes de la risa. “Francella es un actor muy inteligente, un gran actor, que quiere superarse. Cuando hicimos Los reyes de la risa, él venía de la película del Oscar, El secreto de sus ojos. Quiere hacer cosas distintas, es muy buen comediante y muy ávido. Todo el mundo me habla de la serie El hombre de tu vida, que está haciendo con Juan José Campanella. Esa serie es algo diferente en televisión, apela a la inteligencia del televidente. Está buenísimo que El hombre de tu vida funcione bien, porque nos hace bien a todos.” Para Veronese no es lo mismo dirigir a actores con los que trabaja por primera vez y tienen larga trayectoria, que dirigir a quienes han trabajado con él en diversos espectáculos independientes. “Tomo el teatro como una fiesta –sostiene Veronese–, si invitás gente que no conocés, la fiesta tiene un color; si invitás amigos de toda tu vida, tiene otro color. La fiesta se va armando de acuerdo a la gente que hay.” A la hora de aceptar un proyecto comercial, Veronese se concentra en el texto. “Lo leo y veo si me gusta –reflexiona–. Lo fundamental es el texto. El elenco lo consensuamos. Se consiguen pocas buenas obras, no sólo aquí sino a nivel mundial, por eso el regreso de los clásicos. En todas las capitales teatrales del mundo hispánico se está regresando a las obras de Miller, Williams, Albee.” Cuando se le pregunta qué aportación están haciendo los nuevos directores incorporados al teatro comercial, todos provenientes de la escena independiente, Veronese duda: “No lo sé, lo veo desde adentro y no tengo distancia crítica. Para mí trabajar para otros públicos es una fuente de experiencia y un ejercicio maravilloso. Por otra parte, hay que estar a la altura de la propuesta, ya que los productores que me convocan –Kompel, Grinbank, Blutrach, Pedemonti– tienen la expectativa de que abramos una brecha entre el teatro comercial y el independiente.” Uno de los rasgos sobresalientes de Veronese, sea cual sea el circuito en el que trabaje, radica en su capacidad para tomar en cuenta las capacidades del público, su atención, su fatiga, sus emociones, su relajación. “Eso es lo más difícil de hacer en el teatro –asegura–. En cada trabajo me propongo dos cosas. Primero, que los actores se sientan dueños del proyecto, que lo defiendan, porque lo van a tener que defender en cada función. Segundo, que el director desaparezca y aparezca el suceso, el acontecimiento teatral, eso que hace que la gente siga la ilación hasta el final. Alguien me dijo que viendo mis obras sentía que estaba asomado a una ventana, viendo algo que no tenía que ver. Para mí eso es maravilloso, es lo que intento. Cómo crear esa gran mentira pero con visos de verdad, para que el público pueda quedarse sumergido en ese encanto de ilusión. El secreto es crear ilusión pero sin subrayar efectos, para que desaparezca el director. A la vez tiene que ser comprensible la narración, para que el espectador entienda y no se ausente. Para dirigir no hay fórmulas, es intuición.” Para Veronese, además de intuición e invisibilidad, la dirección es un estado de felicidad: “Cuando dirijo me siento perdido en esa marea que son los actores, el texto, el suceso, estoy en un estado distinto que cualquier otro estado de mi vida cotidiana. Me siento muy feliz, estoy como si estuviese drogado o hubiese tomado algo, y puedo entrar en una faceta distinta de mí mismo, que no pongo en marcha cuando hablo como ahora. Cuando hablo estoy pensando en las palabras y seguro exagero o digo alguna mentira para que me comprendan y me quieran. Cuando dirijo es totalmente verdad, no necesito poner un plus a las situaciones, y quiero que los actores hagan lo mismo.” Veronese tiene actualmente dos obras en cartel, ambas son versiones de textos clásicos: Un tranvía llamado Deseo (Sala Apolo, en el circuito comercial) y La gaviota, bajo el nombre de Los hijos se han dormido (Sala Casacuberta del San Martín, en el circuito oficial). Pero el grado de reescritura es diferente. “Con Chéjov puedo hacer una reescritura más libre, ya que su obra es patrimonio universal, no hay derechos. En cambio con Tennessee Williams hay herederos que no permiten que se hagan grandes modificaciones al texto. Viajo ahora a Barcelona para poner Quién le teme a Virginia Woolf, de Albee, pasa lo mismo que con Un tranvía..., pero las dos obras tienen una potencia y una actualidad que no exigen mayor reescritura.” “Con Chéjov me permito trabajar más el humor, cumpliendo con lo que el mismo Chéjov le reclamaba a Stanislavski –concluye Veronese–. Multiplico las reflexiones sobre el teatro. En un momento le hago decir a Tréplev estas palabras sobre la obra que van a representar: ‘La obra empieza con el actor que va a la platea y estrangula a un crítico, y lee en voz alta de un pequeño cuaderno negro, todas las humillaciones sufridas que anotó a lo largo de su carrera. Luego vomita sobre el público. Después se va y se pega un tiro en la frente’. Este texto es de Ingmar Bergman. Y lo pongo en relación con lo que Irina le dice a Tréplev: que escribe y dirige teatro para no pegarse un tiro en la cabeza. Chejov tenía razón. El teatro nos salva.”