Yolanda Beguier, espectadora
Una práctica frecuente en obras de teatro vistas últimamente: Cuando el público ingresa a la sala, los actores – en personaje- ya están en la escena. Se crea así, una situación particular, una especie de transición entre la ilusión teatral y el anti-ilusionismo de una espera lisa y llana. Esto ocurre también en COMEDIA CORDOBESA, la última creación de GONZALO MARULL ofrecida en DocumentA/Escénicas.
Tres actores aguardan. Ubicado el público, se inician las presentaciones en una suerte de distanciamiento que asumen los personajes. La presencia de nutrido equipaje en un rincón, alude al motivo del viaje. Efectivamente, un Director teatral acaba de llegar de Buenos Aires para dirigir la Comedia Cordobesa. El Autor le proveerá el material. Una dinámica Secretaria toma nota de todo. La sátira se impone. Los dardos no sólo van a alcanzar al elenco oficial del Teatro Real, sino también a las figuras políticas del momento. Por el programa de mano nos enteramos de la deuda que Marull mantiene con el austríaco Thomas Bernhard, en cuanto a la ambigüedad de sentimientos hacia el terruño. Pero además, podríamos concluir que adhiere al concepto de transteatralización del que nos habla Jorge Dubatti, con la premisa de que, en virtud del auge de la mediatización, los más avezados actores son los políticos y comunicadores sociales, entre otros exponentes de la fauna televisiva. Merece un tratamiento aparte la intervención de los tomates locos “un clásico de la peatonal”. Todo lo desechable, criticable y perimido en la órbita de lo teatral y de lo político es asumido por el jocoso artilugio que protagoniza uno de los picos de humor más atractivos de la puesta. En la obra de Marull no queda títere con cabeza. Mejor dicho, no queda tomate sano. Me sentí motivada. Cuando llegué a mi casa, volví a leer el epigrama 85 del viejo Catulo: Odi et amo. Es hora de que asumamos nuestras contradicciones.Yolanda Beguier, espectadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario